La Comuna de París y la revolución en el Estado español

Publicado el por Manuel Cuso

Categoría: Formación - Historia del movimiento obrero

La Comuna de París (marzo de 1971), marcó la hora en todos los países europeos. Pilló al Estado español en la mitad de un sexenio revolucionario. En septiembre de 1868, la revolución había empezado echando a la estirpe de los borbones. Lejos estamos del “¡Viva Fernando VII!” que se gritaba en 1808 (desde el dos de mayo hasta la Cons­titución de 1812).

El general Prim recorrió de Cádiz a Valencia y Barcelona, recabando apoyo para el gobierno provisional que formaría con el general Serrano (próximo a las oligarquías tradicionales). Prim, progresista, llegó a Madrid como dirigente burgués indiscutido, pero preocupado por el cambio del país: ¿de dónde salió tanto republicano? Casi todas las capas sociales querían cambiarlo todo.

El movimiento obrero, que llevaba más de 30 años luchando por la legalidad de sus sindicatos, había experimentado que los bombardeos contra las huelgas de los generales conservadores tenían el mismo gusto que los bombardeos de los generales progresistas Espartero o Prim.

Los trabajadores expandieron entonces su actividad, su peso en la vida pública y su organización, sobre todo en el I Congreso Obrero Español, celebrado en Barcelona en junio de 1870.

La Comuna abre una perspectiva para los explotados y oprimidos

El levantamiento del pueblo francés, encabezado por los obreros, se produce poco después del asesinato de Prim por los sectores más rancios de las oligarquías españolas, y el nuevo gobierno de Serrano convoca elecciones y las pierde. La burguesía está dividida y sin perspectivas. Ha abandonado aspiraciones revolucionarias por el miedo a la irrupción de los obreros, presentes en las milicias nacionales, a la cabeza de la radicalización de amplias masas, con influencia en el ejército.

Las noticias de París desatan una oleada de pánico en las clases dominantes: lo que pasa en Francia es lo que nos amenaza aquí con los obreros y la indignación popular. La ultraderecha exclamaba: “O la monarquía legítima, la cristiana, o la Commune”. Los liberales progresistas no saben qué hacer para mostrar que no tienen nada que ver con la Comuna.

La única fuerza identificada con la Comuna es la clase obrera, y su incipiente representación política: la Inter­nacional. Una representación dividida entre partidarios y contrarios de la intervención política. Pero es una fuerza en auge.

El 2 de mayo de 1971 es el día del nacionalismo español, antifrancés, castizo y miserable, abominado por el movimiento obrero. Ese día los internacionalistas convocan un acto muy nutrido en el Café Inter­nacional, en la calle de Alcalá, en solidaridad con el pueblo francés. Preside el que luego sería dirigente del PSOE y uno de los presentes es Pablo Iglesias Posse.

De repente, entran en el café la “partida de la porra”, encabezados por un torero, y la emprenden con los asistentes, “que conspiran contra la unidad nacional”.

Era la señal para una oleada represiva. En las Cortes, el ministro Sagasta decía que la Internacional “es una asociación que quiere destruir con la fuerza bruta lo que las leyes tienen establecido”. El Gobierno quería dejar fuera de circulación a los núcleos obreros organizados. Cerraron publicaciones, locales.

Una parte de los responsables de la Internacional se refugiaron con documentación en Portugal, desde donde difundían regularmente documentos en la escasa prensa societaria o bien fueron difundidos de tapadillo en reuniones de taberna o de café.

En junio de 1871 apareció un semanal, La Emancipación, que difundía, en particular “La Guerra Civil en Francia”, el análisis marxista de lo sucedido con la Comuna de París.

A pesar de una batalla encarnizada, con gran eco público, ilegalizaron la Internacional, pero en abril de 1872 se celebró en Zaragoza el Segundo Congreso de la Federación de la Región Española, reuniéndolo cuatro días antes de lo anunciado para despistar al Gobierno.

La represión no paró el auge revolucionario. El 11 de febrero de 1873, “La Asamblea Nacional reasume todos los poderes y declara como forma de gobierno la República, dejando a las Cortes Constitu­yentes la organización de esa forma de gobierno”.

La Comuna era estandarte del movimiento obrero, de las revoluciones, en todo el mundo. Así fue en la I República. Pero en sentidos contradictorios. La Comuna de París había suscitado la extensión de un mismo movimiento en Lyon, en Marsella. En los cantones españoles algunos parcelaban el movimiento. El análisis de esto no cabe aquí y en lo sustancial coincide con la división entre socialistas y anarquistas.

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