La Comuna, Elisabeth Dmitrieff y la defensa de París
Militante de la sección rusa de la I Internacional, Elisabeth Dmitrieff llegó en el mismo mes de marzo de 1871 a París. Dos semanas más tarde, el 11 de abril, Dmitrieff era una de las fundadoras de la Unión de Mujeres para la defensa de París y la ayuda a los heridos. Será una de las siete miembros, destacando junto a Nathalie Le Mel, de la dirección. ¿Su objetivo? La defensa de París; la creación de talleres cooperativos que proporcionen trabajo a las mujeres, la organización de sindicatos -especialmente en el sector de la costura-. En el frente, misma ración que un guardia nacional, y, en el taller, mismo salario a igual trabajo. Al tiempo, la Unión de Mujeres promovió la educación y formación profesional de las niñas y enfrentó a la Iglesia, exigiendo orfanatos laicos y el reemplazo de las monjas en hospitales y cárceles. Hay quienes afirman que esta organización fue, en la práctica, la sección de mujeres de la I Internacional. Y con la influencia que ostentó Dmitrieff deben tener razón, pues esta fue a París enviada por Karl Marx. Cuentan, también, que fue la organización más grande que tuvo nunca la I Internacional, alcanzando 50.000 miembros.
Dmitrieff contaba en aquellos días de 1871 con 20 años y con la confianza del Moro (apelativo familiar de Marx), al que había conocido en Londres, donde estaba desde diciembre de 1870. Durante estos meses pudieron debatir casi a diario sobre las singularidades de Rusia y su tradición comunal. Influenciada por el ¿Qué hacer?, aquella obra de Chernishevski que marcó, años más tarde, a un revolucionario llamado Lenin, parece que Dmitrieff hizo que Marx se interesase también por este autor ruso. Pero esa es otra historia. Este relato es sobre Elisabeth Dmitrieff, es parte de la historia de la Comuna, parte de la historia de las mujeres en su combate por la autoemancipación.
«Las petroleras»
Restablecido el orden burgués en París, a Dmitrieff y a las communards, la burguesía las llamó “pétroleuses”. Sí: petroleras. ¿Y esto por qué? Porque aquellas mujeres fueron criminalizadas y acusadas de prender fuego a París. La burguesía no iba a tener compasión con los hombres y, fuera de toda duda, las mujeres iban a lograr, aunque fuese solo en este punto, la igualdad: tampoco habría compasión para con ellas.
Recordemos que, por aquel entonces, en la Francia de la Revolución burguesa, en la Francia republicana, estas mujeres no podían trabajar sin el permiso de su marido. La que accedía a la educación lo era para ser instruida por una monja en el noble oficio de la buena esposa. Ni hablar, por supuesto, de cualquier derecho de ningún tipo. Eran necesarias, sin embargo, para la producción textil, donde ocupaban, aproximadamente, 62.000 de 114.000 puestos de trabajo. Cobraban la mitad que los hombres y la prostitución era una obligación de facto con la que poder llenar los estómagos.
Las reivindicaciones que las mujeres llevaban a cabo desde 1870 ‑el 8 de septiembre se habían manifestado para pedir ser armadas y poder combatir a Prusia, un mes más tarde pidieron poder combatir en primera línea- sólo pudieron ser alcanzadas una vez fue superada la forma de Estado republicano-burgués.
El 18 de marzo de 1871, las mujeres se opusieron a que las tropas de Thiers se llevasen los cañones que habían sido comprados para la defensa de París mediante suscripción popular. Era otro punto de inflexión en el proceso social que diez días después proclamaría la Comuna. Aquel 18 de marzo no sólo derrotaron a Thiers, sino que se hicieron con la igualdad, como proclamaría más tarde la Unión de Mujeres: “Que la Comuna representa el gran principio que proclama la aniquilación de cualquier privilegio, de toda desigualdad, por ello se compromete a tener en cuenta todas las justas reclamaciones de la población entera, sin distinción de sexo, distinción creada y mantenida por la necesidad del antagonismo de clase”.
«¡No claudicaremos!»
El 6 de mayo, cuando las negras nubes comenzaban a cubrir el cielo de París, la Unión de Mujeres, frente a una petición de paz anónima en nombre de las mujeres parisinas, respondió que las comuneras no iban a claudicar y que el combate era a muerte: “¡No, no es la paz, sino la guerra total lo que las trabajadoras de París reclaman!”, y es que “¡El árbol de la libertad crece regado por la sangre de sus enemigos!…”.
El 20 de mayo la Unión de Mujeres lanzaba el último comunicado: “El Comité Central de la Unión de Mujeres para la defensa de París y la ayuda a los heridos invita a las obreras de todos los gremios a reunirse, el domingo 21 de mayo, a la 1 de la tarde, en la alcaldía del IV distrito, Salón de Fiestas, para la constitución definitiva de las Cámaras sindicales y federales de las trabajadoras”. Este encuentro cambiaría, dadas las circunstancias, de contenido: se constituyó, en lugar de las herramientas sindicales para la defensa de las trabajadoras, un batallón de mujeres que marchó a combatir a la Place Blanche. El 21 de mayo Dmitrieff empuñaba las armas frente al ejército del capital. Las comuneras, como los comuneros, no pidieron clemencia. Enfrentaron la muerte con dignidad: ni siquiera este fantasma les haría arrodillarse y suplicar frente a la burguesía. Asumieron la lucha conscientemente y conscientemente dieron su vida por la revolución social.
Más de mil mujeres fueron sometidas a consejos de guerra. Aquellas mujeres sembraron un peligroso ejemplo. Pasaron a la historia como “pétroleuses”, demonizadas por la burguesía, que asistía horrorizada a la emancipación de la mujer. Estas mujeres conquistaron múltiples derechos y libertades durante estas semanas, destruyeron el antagonismo de clase y ligaron su futuro al de la Comuna, al del conjunto del proletariado. Hoy, los problemas que plantearon las mujeres obreras en el contexto de la Comuna, hace 150 años, aún no han sido resueltos.
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