La economía política de la Comuna de París
La Comuna de París de 1871 es, sin duda, una de las hazañas más memorables de la clase trabajadora a lo largo de la historia. Y no sólo por la valentía de sus protagonistas, enfrentados a muerte a las fuerzas más reaccionarias y violentas de la burguesía europea, sino también por las extraordinarias medidas económicas y sociales que se atrevieron a poner en marcha.
Estas medidas son un valioso ejemplo de lo que es la economía política de la clase obrera frente a la economía política de la burguesía, de cómo los trabajadores podemos alcanzar la emancipación material sin la que cualquier idea de libertad no es más que un fraude esgrimido por los explotadores para apuntalar sus privilegios. Entre esas medidas, destacan algunas que merece la pena comentar.
Medidas inmediatas de defensa del trabajo
En primer lugar, la Comuna ejecutó acciones inmediatas y directas contra las deudas, auténtica esclavitud para el proletariado. Para ello, condonó los pagos de alquileres de vivienda durante varios meses, estableció una moratoria para los préstamos y cerró las casas de empeño.
Se establecieron, para los funcionarios y los representantes políticos, salarios similares a los que ganaban los obreros. En realidad, no se trataba sólo de una medida de igualación retributiva, sino de evidenciar el hecho esencial de que los servidores públicos son trabajadores al servicio del conjunto de los trabajadores y que, por lo tanto, debían vivir como lo que eran.
Se entregaron las fábricas cerradas o abandonadas por sus patronos a los obreros, organizándolas en cooperativas. Además, se planeó la unión de todas estas cooperativas con el objetivo de evitar la competencia mercantil entre ellas y abrir el camino para una verdadera socialización de los medios de producción y de la actividad económica.
En el ámbito laboral, se prohibió el trabajo nocturno de los panaderos y se acabó con las oficinas de colocación privadas, auténticas ETTs de la época, transfiriéndolas a las alcaldías de los distritos.
Para aliviar la terrible miseria de gran parte de la población de París, la Comuna destinó una parte de sus fondos a los más pobres y trató de aplicar un impuesto urbano progresivo, reduciendo tipos para las rentas más bajas y aumentándolos para las ganancias del capital.
Y, por supuesto, abolió la financiación de la Iglesia por parte del Estado y nacionalizó todos los bienes eclesiásticos, algo esencial para hacer efectiva la separación Iglesia-Estado.
Las alianzas de los trabajadores
Es interesante recordar que estas medidas, impuestas por el proletariado para su emancipación, resultaban atractivas también para la pequeña burguesía urbana y para el campesinado rural. Para la primera, porque acababa con las draconianas leyes sobre impagos de deudas y alquileres que estaban arruinando a una buena parte de los comerciantes de París. Y para el segundo, porque repudiaba sin matices la deuda ilegítima que Bismarck impuso a Francia tras su derrota en la guerra francoprusiana y que se había cargado sobre las espaldas de los campesinos.
De ahí que la clase media parisina apoyara un tiempo a la Comuna. Y de ahí también que el aislamiento de la Comuna del resto de Francia fuera una preocupación vital para los intereses de la burguesía acantonada en Versalles, puesto que podría provocar una sublevación que se extendería como la pólvora por todo el país.
Aprender de los errores
A pesar de sus aciertos, la Comuna no afrontó algunas medidas económicas imprescindibles para garantizar su futuro. La más evidente fue no intervenir el Banco de Francia, lo que supuso inevitablemente el sometimiento a su autoridad. Con el banco central en su poder, la Comuna podría haber tenido un arma clave para asegurar su supervivencia frente a sus enemigos, evitando, por un lado, que el Banco de Francia financiara al gobierno de Versalles (cosa que hizo con largueza) y, por otra parte, facilitando la negociación con Prusia.
Y algo mucho más importante: habría tenido en su mano el control de las reservas de oro, de la emisión de la moneda nacional y del crédito oficial, además de una irresistible influencia sobre el potente sistema bancario francés. Esto no sólo podría haber sido clave para la política económica de la Comuna, sino también para su influencia exterior, dada la importancia crucial del franco francés como moneda central de la Europa continental.
La experiencia de la Comuna debe servirnos como enseñanza fundamental para la actualidad, como ejemplo de lo que los trabajadores somos capaces de hacer cuando comprendemos nuestra situación como clase social, cuando tomamos las riendas de nuestro destino.
La Comuna pone en evidencia que las fronteras de lo posible están muy lejos de lo que nuestros gobiernos, simples gestores del capitalismo, pretenden hacernos creer. Si aquellas gentes, en poco más de dos meses y en una ciudad sitiada, fueron capaces de levantar la Comuna y de hacer lo que hicieron, ¿de qué no seremos nosotros capaces cuando decidamos seguir sus pasos?
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