Cuando el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) declaraba la “guerra a la guerra”

Publicado el por Jose Antonio Pozo, Historiador, sindicalista

Categorías: Actualidad Internacional, Actualidad política, Movimiento obrero

Evolución histórica.

Pocas horas antes de cumplirse, en febrero de este año, el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, Pedro Sánchez viajó a Kiev, invitado por Zelenski. La Moncloa informó que el encuentro sirvió “para trasladar al presidente ucraniano el apoyo de la sociedad española al país invadido por Rusia”, que iba a concretarse en el envío de material militar y en la aportación española de 315 millones al llamado “Fondo Europeo de Paz”. 

Con anterioridad, en el pasado mes de noviembre, Pedro Sánchez fue elegido presidente de la Internacional Socialista -un apéndice de la ONU, y una caricatura de lo que fue la Internacional Obrera Socialista- y en calidad de tal, declaró en el discurso de clausura del congreso que había “llegado la hora de la paz, del fin de la guerra en Ucrania, del fin de todas las guerras”, llamando igualmente a abrir el tiempo de la diplomacia y del respeto a la legalidad internacional. 

Lo dicho en un momento y otro, puede parecer un matiz sin importancia, pero en realidad señala la evolución a marchas forzadas hacia un alineamiento con la política de guerra que ha desplegado el imperialismo americano. Entre el discurso de Pedro Sánchez como presidente de la Internacional Socialista, y la visita a Kiev, ha habido dos “momentos” que vale la pena señalar. El primero de ellos, la reunión celebrada en la base americana de Ramstein (Alemania), en la que el secretario de Defensa de EEUU exigió una implicación mayor a todos los presentes. Y el segundo, la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich en febrero del presente año, en la cual a pesar de las reticencias de algunos países presentes, el punto de vista de la administración norteamericana se impuso. 

Muchos militantes socialistas están desconcertados, no porque la profesión de fe pro-OTAN de la dirección del PSOE sea nueva o haya surgido de repente, sino porque recelan de que sea la organización “benéfica” que se les está vendiendo. Recelan sobre la conveniencia de colocar al país completamente alineado tras los intereses del imperialismo americano, en una guerra en la que lo que menos importa a los principales contendientes -de Putin a la OTAN, pasando por el propio Zelensky- es la soberanía y la libertad del pueblo ucraniano. De la misma manera que Putin, y los oligarcas que lo apoyan, no ha invadido Ucrania para defender los derechos del pueblo ruso, al cual saquean. Y recelan, en última instancia, porque esa política no forma parte de los orígenes y de la tradición del PSOE, aunque desde el referéndum sobre la OTAN, se haya ido abriendo paso aceleradamente en la dirección de ese partido. 

Sin embargo, es preciso recordar que no siempre la política del PSOE ha sido la de apoyar la guerra. Como tampoco lo ha sido la de la Internacional Socialista, en la época en la que actuaba como una Internacional obrera. De hecho, la lucha contra la guerra, incluida la lucha contra el propio gobierno que la impulsaba, formó parte de las señas de identidad del Partido Socialista Obrero en algunos momentos de la historia del país. Y en circunstancias no especialmente favorables, condicionadas por el final de las guerras coloniales en Cuba y Filipinas, y especialmente, durante la guerra en Marruecos. Veamos algunos de esos momentos.

Del “O todos, o ninguno”… 

Durante muchos años, la posición de los socialistas españoles en relación a la guerra quedó perfilada por las resoluciones de los congresos de la Internacional de Londres (1896), Amsterdam (1904) y sobre todo Stuttgart (1907).  Inicialmente, fue hacia finales del siglo XIX cuando el posicionamiento contrario a las guerras tomó fuerza en el Partido socialista, precisamente a partir del problema colonial, y sobre todo, a partir del recrudecimiento de la guerra en Marruecos a principios de 1907. 

Los primeros pasos del joven partido habían coincidido justamente con graves crisis coloniales, que lo pusieron a prueba y le obligaron a esbozar una posición en relación a ellas. Inicialmente, la posición de los socialistas españoles fue algo más que dubitativa, influenciados sin duda por los compañeros franceses -divididos ante la cuestión colonial- y por la enorme presión patriótica y abiertamente colonialista de los republicanos. Sin embargo, los socialistas resistieron y aunque adoptaron una posición pacifista, un tanto contradictoria desde luego, que contemplaba un colonialismo “bueno” y “civilizador”, y tardaron en reconocer la legitimidad de las rebeliones cubana o tagala, no se dejaron arrastrar por la corriente. Incluso se permitieron manifestar su solidaridad con los trabajadores de Estados Unidos el 1º de mayo de 1898 cuando el conflicto armado entre las dos naciones era ya una realidad. 

En febrero de 1895 comienza la guerra en Cuba que desangra el país en todos los sentidos. Los socialistas españoles se oponen a ella, afirmando que los trabajadores no tienen nada que ganar con la guerra, y denunciando al mismo tiempo el falso patriotismo de la burguesía. Tras el Congreso de la Internacional celebrado en Londres en 1896, reafirman su posición, mientras se suceden las informaciones sobre las condiciones deplorables en las que deben combatir los soldados y el número de bajas producidas que no deja de crecer. En septiembre de 1897, lanzan una campaña que tendrá un éxito rotundo entre la opinión pública: “O todos, o ninguno”, es el grito con el que se oponen a la guerra y con el que hacen campaña en contra. Un grito que toma como referencia un hecho tan sangrante como la guerra misma, y que indigna a la población: la Ley de Reclutamiento ofrece la posibilidad de redimirse del servicio militar a quien puede permitírselo económicamente, a través del pago de una cantidad. Lo que equivale a que sólo los hijos de las familias obreras sean los que acarreen con los sufrimientos y las calamidades, y los únicos en ser enviados a morir en la guerra, al no poder hacer frente al pago de la redención. 

El patriotismo de las clases dirigentes es puesto en evidencia a ojos de las masas, que hacen suya la consigna de “que vayan a Cuba los hijos de los ricos”. Los socialistas ven en ella la posibilidad de incidir y de organizar un movimiento de protesta. A finales de septiembre, un manifiesto del Comité Nacional del Partido Socialista Obrero, firmado por Pablo Iglesias, justificaba la adopción de esta táctica en la inocuidad que tendría exigir al gobierno que cesara en su política de guerra, en función del argumentario ideológico de los socialistas. “Pidamos que nadie se exima de ir a Cuba y a Filipinas, que vaya el rico como va el pobre; que la contribución de sangre no la paguen solamente los miembros de la clase desheredada, sino también los de la que monopoliza la riqueza; y con esa petición, formulada en el mayor número de meetings y votada por todos los que no quieren odiosos privilegios ni diferencias irritantes, podremos lograr que los verdaderos causantes de las mencionadas guerras se den prisa a terminarlas”. 

Puede considerarse la posición de los socialistas como contradictoria con los principios que decían defender, que les llevaron en un momento determinado a plantear la autonomía para las colonias, si ello bastaba para acabar con las guerras, y si no, concederlas la independencia. Pero lo cierto es que partían de la base que no tenían fuerza suficiente para hacer cambiar al gobierno de opinión, y que solo una gran movilización popular -sin, por otro lado, dejar de denunciar la guerra-, generada a partir de la denuncia sistemática de los sacrificios que debía realizar la parte menos favorecida de la sociedad, podría conseguirlo. En cualquier caso, la táctica utilizada les dio una gran popularidad. Eso, y la denuncia permanente acerca de las lamentables condiciones en las que se encontraban los soldados, los enfermos y los heridos. En los mítines organizados por el partido -más de cuarenta en todo el país-, se suceden las acusaciones al gobierno de haber provocado las guerras de Cuba y Filipinas y de mandar luego a ellas a los hijos de los trabajadores. En el mitin celebrado en Gijón, los oradores exigen el cumplimiento del mandato constitucional que obliga a todos los ciudadanos a defender el país, y los asistentes gritan ¡Viva la fraternidad de los pueblos! ¡Abajo las fronteras! ¡Viva la unión de los trabajadores! ¡Abajo los privilegios capitalistas! 

… Al “ni un hombre, ni una peseta”

Tras la pérdida de Cuba y Filipinas, y después de la campaña de “O todos, o ninguno” en respuesta a los conflictos coloniales, el problema de Marruecos volvió a situar la cuestión de la guerra. Fue efectivamente este conflicto el que marcó la “evolución” de los socialistas españoles, cuanto menos en relación a cómo se habían opuesto hasta ese momento, adoptando una posición mucho más nítida contra la guerra, en la senda del internacionalismo proletario. 

En Marruecos, tanto España como Francia, disponían desde la Conferencia de Algeciras (1906) de una zona de influencia -que posteriormente daría pie a los protectorados ejercidos por ambos países-, con importantes intereses económicos y geoestratégicos. En el verano de 1907, las tribus de la Chaouia lideraron una revuelta contra la aplicación de los términos del Tratado de Algeciras. Resultan muertos 9 trabajadores europeos, y el suceso es aprovechado por Francia para bombardear Casablancas entre el 5 y el 7 de agosto, y luego para ocupar la ciudad junto a toda la llanura de la Chaouia. El asunto venía a recordar que el reparto imperialista surgido de la Conferencia de Algeciras no iba a “pacificar” la zona, sino todo lo contrario. El Socialista tiraba de ironía sobre la supuesta “penetración pacífica” y civilizadora” de las potencias europeas, y sobre el fracaso de la conferencia, al tiempo que pone en guardia a los trabajadores sobre la posible repetición de nuevas sangrías coloniales. Igualmente, se criticaba la acción militar francesa –“siempre quedarán como una vergüenza acusadora esos bombardeos de poblaciones y multitudes indefensas”-, para a continuación poner en duda que el gobierno español pudiera atreverse -dada su incapacidad- con una acción similar a la francesa, “pues tendría en contra suya la opinión de la gran masa del país y singularmente la de la clase obrera organizada”.

Paralelamente a estos hechos, tiene lugar en Nancy el IV congreso de la sección francesa de la Internacional obrera, en el que se aprueba -no sin dificultad- una moción por la que se “condena con la mayor energía la nueva expedición colonial a Marruecos acordada por el Gobierno de la burguesía llamada radical o democrática”, y protesta “contra los actos de barbarie cometidos en Casablancas”. Los socialistas españoles saludaron la resolución, y cargaron contra la prensa burguesa que celebraba la moción congresual de los socialistas franceses como ejemplo de actitud patriótica, de acuerdo, según decían, con el congreso de Stuttgart. El Socialista protestaba ante semejante lectura, y justificaba la posición adoptada por los camaradas franceses, para no caer en el radicalismo “completamente fuera de la realidad” que representaba las posiciones de Gustave Hervé -que era partidario de una posición antimilitarista mucho más radical-, que hubiera dado alas a la represión. Como argumento suplementario, el portavoz socialista recordaba que en España, precisamente por defender una posición contra la guerra “que no es, ni con mucho, la que preconizan los herveístas (…) se nos aplica la Ley de Jurisdicciones como si hubiéramos cometido un delito de lesa patria. ¿Qué no ocurriría si se adoptase en todas partes la consigna de oponerse por la fuerza y en todo momento a cualquier choque entre las naciones?”.

Una cierta prudencia parecía guiar la línea de actuación de los socialistas españoles, que en todo caso buscaban acumular fuerzas para pasar a la acción. La ocasión se presentó a principios de septiembre y al hilo de las resoluciones del citado congreso de Stuttgart celebrado por la Internacional socialista. Un manifiesto firmado conjuntamente por los partidos socialista de España y Francia denunciaba la codicia del capitalismo, las matanzas de poblaciones indígenas, así como los sacrificios de los hijos del pueblo de ambos países. “El último Congreso internacional de Stuttgart -decía el manifiesto- ha proclamado muy alto el deber del proletariado internacional de oponerse irreductiblemente a los bandidajes que representa la política colonial. A nosotros, proletarios de Francia y de España, nos toca los primeros cumplir ese deber, puesto que los nuestros son las víctimas primeras de la acción capitalista en Marruecos. Alcemos, pues, juntos contra los gobiernos de nuestra República francesa y de nuestra Monarquía española a la clase obrera de ambos países para poner fin a las matanzas marroquíes”. El manifiesto concluía con las consignas: “Abajo la expedición a Marruecos! Viva la Internacional obrera!”. A través de su órgano de prensa -el Vorwärts-, los socialistas alemanes saludaron calurosamente la iniciativa de los camaradas españoles y franceses, y manifestaron su resolución, cuando los acontecimientos lo exigieran, “a sostener enérgicamente esa acción”.

El acuerdo entre ambos partidos no quedó en una simple proclama. Llevaba también asociada la realización de una campaña de respuesta internacional de los trabajadores a la política de sus gobiernos, bajo el lema “Ni un hombre, ni un céntimo para Marruecos”, así como la celebración de mítines internacionalistas en Madrid y en París, con participación conjunta de representantes de ambos partidos. En el mitin de Madrid, ante una concurrencia de unos ocho mil trabajadores en el Frontón Central -según las crónicas, con presencia de muchas mujeres-, y sin la presencia del representante francés que había sido expulsado del país por el gobierno, Largo Caballero propuso a votación una resolución: “Cuando las guerras coloniales, nuestro lema era “O todos o ninguno”. Ahora es más radical: “Ni un hombre, ni una peseta”. De igual manera, en París el 5 de octubre, bajo la presidencia de Paul Lafargue, en una sala llena a rebosar, los oradores se expresaron en parecidos términos, denunciando en primer lugar la detención y expulsión de Pablo Iglesias por el gobierno Clemenceau -igual que hizo el gobierno Maura con el delegado del partido socialista francés, Willm-, que impidió su participación en el mitin. A la vuelta de Iglesias a Madrid, y a pesar de producirse a altas horas de la noche, fue recibido en la Estación del Norte por varios centenares de personas entonando La Internacional.

La fórmula utilizada ahora no era simplemente retórica. Expresaba la evolución producida en los dirigentes socialistas, que adoptaron una orientación mucho más decidida contra la guerra y el colonialismo, en función del sentido que le dieron -o quisieron darle- a la resolución del congreso de Stuttgart. Resolución que interpretaron como un aval a lo que, por otra parte, ellos ya estaban defendiendo con anterioridad al mismo. Y organizaron la movilización empezando por intentar ganar la opinión pública. A pesar de las prohibiciones, se realizaron por todo el país unos 80 mítines, el doble de los realizados en ocasión de la campaña contra las guerras coloniales, en los que se aprobaron resoluciones contra la guerra, por la retirada de las tropas, y de protesta por las expulsiones de los gobiernos español y francés de los representantes de ambos partidos que habían de intervenir en los actos programados. 

Desde las páginas de El Socialista se hacía campaña constantemente, y contrastaban sus esfuerzos con los realizados por los partidos republicanos que “nada han hecho contra la guerra”, ni su voz “se ha oído en los mítines ni ha sonado en el Parlamento, y que “como en otros asuntos, han estado a la misma altura que los elementos monárquicos”. No sólo se trataba de protestar contra la guerra, sino de oponerse a ella en cada uno de los actos o acciones que el gobierno Maura intentara llevar a cabo, como por ejemplo, la decisión tomada por el Parlamento el 27 de noviembre de dedicar 200 millones de pesetas a la construcción de una escuadra de guerra. 

Parecía que los socialistas se habían despojado totalmente de la idea que les había guiado en ocasión de las guerras de Cuba y Filipinas -según la cual el colonialismo no tenía por qué llevar ineludiblemente la barbarie y la opresión, sino que podía ser fuente de civilización bajo un régimen no capitalista-, al menos la idea que subyacía en algunos de sus pronunciamientos iniciales, y a partir de su posición contraria a la guerra, adoptaron también una actitud más decididamente anticolonial. Es verdad que durante la crisis marroquí de 1907, la oposición de los socialistas a la guerra, en algunos casos encendida, no pasó ciertamente de la organización de mítines, y cuando se les permitió, de manifestaciones. Como es natural, el gobierno no lo puso fácil, y rápidamente empleaba todos los medios para acallar cualquier protesta. Así que, de momento, se impuso el criterio de no pasar a acciones de más envergadura hasta que la organización fuera lo suficientemente fuerte. El desarrollo de los acontecimientos en el Norte de África forzaría una nueva vuelta de tuerca.

Morir en el Rif o en las barricadas: la insurrección del proletariado de Barcelona durante la Semana Trágica

A mediados de 1909, la escalada militar en el norte de África se volvió a acelerar. Un mes antes de los acontecimientos de Barcelona, el Comité Nacional del PSOE denunciaba que “el Gobierno, obligado por compromisos internacionales que la nación desconoce, o movido por el afán de amparar los intereses de unos cuantos plutócratas, ha resuelto enviar a Marruecos 20.000 hombres (…). De tener efecto lo acordado por el Gobierno, serán los explotados únicamente los que derramen su sangre en el suelo marroquí”.  

La situación se desata el 9 de julio cuando un grupo de rifeños ataca a los trabajadores españoles del ferrocarril de Melilla, matando a cuatro de ellos. El gobierno aprovecha la circunstancia y decide inmediatamente emprender una operación de “limpieza”, y al día siguiente ordena movilizar, para su envío a África, diversas unidades militares, el grueso de las cuales estaban acantonadas en Cataluña. La decisión del gobierno, que incluye movilizar reservistas, indigna a la opinión pública que es conocedora de los intereses directos y personales de diversos aristócratas en la Compañía Española de Minas del Rif -propiedad del conde de Romanones y de la familia Güell, emparentada con el marqués de Comillas-, y en el ferrocarril minero. Intereses que llegaron a alcanzar igualmente al monarca Alfonso XIII. La indignación es todavía mayor por el hecho, ya explicado anteriormente, de la posibilidad de eximirse de ser reclutado mediante el pago de una cantidad de dinero. 

El mismo día 9, cuando todavía no se conocía la noticia de la muerte de los trabajadores españoles, El Socialista alertaba sobre el hecho de que el gobierno acababa de solicitar un crédito de algo más de tres millones de pesetas destinados a preparativos militares. Los socialistas volvían a la carga asumiendo de nuevo la responsabilidad de encabezar en todo el país la lucha contra la política de guerra del gobierno Maura, aunque ciertamente, sin poner todos los medios a su alcance para ello. Nuevamente, bajo la presidencia de Largo Caballero el domingo 11 de julio tiene lugar en Madrid un mitin, en el Teatro Variedades -lleno a reventar y con muchas personas que se quedaron fuera al no poder entrar-, en el que intervienen García Cortés, Francisco Mora y Pablo Iglesias. Todos los oradores sostienen una posición combativa, denunciando la falacia del gobierno que alienta el patriotismo e invoca el honor de la nación para justificar el envío de tropas. Afirman que es el negocio de unos pocos lo que van a proteger las tropas españolas, y no el honor de España, y que si los hijos de los Güell, Comillas, etc., fueran a la guerra, el gobierno sería mucho más prudente. En la misma línea, El Socialista carga contra el Gobierno, porque todo lo que ha hecho “ha sido por favorecer a los propietarios de las minas y por apoderarse de un terreno al que no tiene derecho alguno”, y acusa a los gobernantes como los únicos responsables “de lo que allí ha ocurrido días pasados y de lo que ocurra en lo sucesivo, y por lo tanto, contra ellos irá nuestra crítica, nuestra indignación y nuestro odio”. 

El mitin acabó con la convocatoria de una manifestación para el domingo siguiente, pero ésta es prohibida por el gobierno. En su lugar se realiza un nuevo mitin en la barriada de Chamberí, en el Teatro Lux Eden, igualmente lleno a rebosar. Repiten los mismos oradores y ante un público enardecido, Iglesias protesta vehementemente por la prohibición de la manifestación y avisa que eso no hará retroceder a los socialistas en su oposición al envío de tropas y contra la guerra. Sus palabras causan un gran revuelo al afirmar que los trabajadores debían apoyarse en el terreno pacífico, como en el de la acción y que, llegado este caso, aconsejaba a los obreros “no tirar a los de abajo, sino tirar a los de arriba”. Por las palabras pronunciadas en el mitin, Iglesias será procesado. Otros mítines tienen lugar por todo el país -Salamanca, León, Santander, Murcia …- algunos de los cuales son también prohibidos.

El gobierno Maura se muestra resuelto a amordazar el movimiento opositor a la guerra y se lanza a una escalada represiva. Sin embargo, los socialistas no se arredran. En vísperas de la explosión social ocurrida en Barcelona en el verano de 1909, conocida como La Semana Trágica, el Comité Nacional hace público el 24 de julio un nuevo manifiesto dirigido a todos los trabajadores. De la mano de Iglesias responde de manera nunca vista hasta ese momento. “El Partido socialista -afirmaba el manifiesto- cumplirá con su deber. Hasta aquí ha procedido legalmente; legalmente procederá aún; pero si el camino de la legalidad se le cierra, fuera de la legalidad ejercerá su acción. Prohibidas las manifestaciones, prohibidos los mítines; secuestradas las hojas y los periódicos en que se combate la guerra, todavía le queda un recurso legal que emplear: la huelga general”.

En realidad, no es que la huelga general, que no podía ser otra cosa que una huelga política, fuera un recurso legal, pero se entiende aquí como una amenaza que los socialistas se muestran resueltos a cumplir, incluso sin abandonar otras posibilidades. Algo que no habían hecho hasta ese momento, más allá de la organización de mítines. “Si por apelar a este medio [el de la huelga general] -proseguía el manifiesto-, si por agotar todos los recursos lícitos para condenar una guerra que ha costado ya muchas vidas, que va a desangrar la nación y a empobrecer más aún de lo que ya están a la mayoría de sus habitantes, se cierran nuestros Centros, se encarcela a los proletarios más activos, se persigue a los obreros organizados; en una palabra, si entran los hombres que hoy gobiernan por las vías del terror, los socialistas responderán en ese terreno, y contando con la ayuda de sus compañeros de otros países, llegarán a aquellos extremos que juzguen eficaces para que caigan los más culpables”.

La movilización contra la guerra, que había ido languideciendo durante todo 1908 y los primeros meses de 1909, se reactiva con una fuerza inusitada en todo el país. En el puerto de Barcelona, entre el 14 y el 18 de julio son embarcados los reclutas con destino a Marruecos. El clamor popular es grande y amenaza con un desbordamiento revolucionario. Las concentraciones de reclutas en el puerto se convierten en manifestaciones contra el gobierno. En la del día 18 se producen graves incidentes: los soldados embarcados a la fuerza gritan “muera Maura, muera Romanones, muera la guerra!”, gritos contestados por el público allí concentrado con otros gritos de “Que vaya Comillas, y vayan los hijos de Güell”. En Madrid y en otras localidades donde se concentran reclutas, se producen igualmente disturbios. En todas las reuniones obreras, los oradores arremeten contra la guerra y el gobierno. 

Contagiada por el ambiente que se respira, y aprovechando su congreso anual, la Federación Socialista de Cataluña reunida los días 17 y 18 de julio en Barcelona, vota a favor de una acción colectiva, incluida si era preciso la huelga general. El 20, en Terrassa, un mitin conjunto de socialistas y anarquistas que reúne a 6000 obreros, aprueba una moción contra la guerra, y propone llamar a los trabajadores a concentrar todas sus fuerzas para una posible declaración de huelga general, que obligue al gobierno a respetar el derecho que tienen los marroquíes a conservar la independencia de su patria.

El 23 de julio se constituye un Comité de Huelga en Barcelona, en el que participa el socialista Fabra y Ribas, juntamente con un anarquista y un representante de Solidaridad Obrera. El Comité convoca una reunión a la que acuden unos 250 delegados de diversas localidades, aunque no hay mucha claridad sobre cómo conducir el movimiento. El lunes 26 de julio se inicia la Semana Trágica, con un paro de 24 horas, y se alargará hasta el 2 de agosto. Justo el día para el que la UGT y el Partido Socialista Obrero habían convocado una huelga general. Al parecer, los intentos para hacer coincidir la movilización en todo el país fracasan y hace que la labor del gobierno sea relativamente más fácil.

Ante el anuncio de huelga general convocada por los socialistas y la UGT, la policía entra en los locales de la Administración de El Socialista, donde se estaba cerrando el número, secuestra todos los ejemplares y detiene a todos los presentes. El gobierno procede a suspender las garantías constitucionales, y amenaza con duras penas a quienes alteren el orden. Se clausuran varios Centros Obreros. En Madrid, el número de detenidos preventivamente alcanza los 200 entre los militantes socialistas, entre los cuales, la mayoría de dirigentes, como Pablo Iglesias, Largo Caballero, Francisco Mora, García Quejido. En Bilbao son 100. 

En Barcelona, grupos de obreros -entre los que hay bastantes desertores- levantan barricadas e intentan paralizar la ciudad. La protesta contra la guerra acaba derivando en la quema de varios conventos e iglesias. La furia anticlerical parece substituir la falta de perspectivas de una huelga cuyos convocantes no han sabido coordinar. No obstante, en varias ciudades catalanas -Sabadell, Mataró, Granollers …- se constituyen Juntas Revolucionarias que proclaman la República. La movilización aumenta en intensidad al conocerse el desastre producido en el “Barranco del Lobo”, cerca de Melilla, en el que perecen en los enfrentamientos con los rifeños varias decenas de reservistas, la mayoría procedentes de Barcelona. Los obreros que se lanzan a la calle prefieren morir en las barricadas que en una guerra en la que nada se les ha perdido. Sin embargo, el gobierno tiene recursos para doblegar la movilización: 10.000 soldados son enviados para ocupar la ciudad, y consiguen restaurar el orden. La represión subsiguiente es brutal con miles de persones detenidas y unas 2000 procesadas, de las que resultan 175 penas de destierro, 56 cadenas perpetuas y 5 condenas de muerte, entre las cuales la de Francesc Ferrer y Guardia.

La huelga en Madrid también fracasa, al ser descabezada con las detenciones, y sin duda también por el desenlace final de lo ocurrido en Barcelona. El gobierno Maura acabaría dimitiendo, tras la ejecución de Ferrer y Guardia, y ante la oposición de liberales (que consideraron que su continuidad ponía en peligro el régimen), y de republicanos y socialistas. 

Hacia finales de 1909, El Socialista reanudaría su publicación y desde sus páginas los socialistas intentaron explicar su versión de todo lo acontecido, justificando incluso la furia anticlerical de las masas, y reafirmándose en la actuación desplegada por el partido. “Llegamos hasta donde se pudo llegar”, afirmaron. Buscaron, y recibieron, el aval de la dirección de la Internacional, que envió un mensaje de felicitación a los socialistas españoles que habían luchado por evitar la expedición de tropas a Marruecos, en aplicación de la resolución de Stuttgart. 

Guerra a la guerra

En el VIII Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Copenhague en agosto-septiembre de 1910, Iglesias -que había sido elegido diputado en junio de ese mismo año- tomó la palabra para denunciar la situación creada en España por la expedición a Marruecos, por la política del gobierno Maura, los fusilamientos de Barcelona, los 90 millones gastados en la campaña, el aumento de 40 millones en el presupuesto de Guerra y la necesidad de detener estas expediciones coloniales por todos los medios posibles. Nuevamente, las delegaciones de Francia y España presentaron una moción que el Congreso aprobó por unanimidad, en la que se invitaba “a los Partidos Socialistas de todos los países y especialmente a los trabajadores de Francia y España a secundar más que nunca la vigorosa acción emprendida por los Partidos Socialistas de estas dos naciones, acción glorificada por el heroísmo de los revolucionarios de Barcelona y de otras localidades, y a oponerse con todas sus energías a cualquiera nueva expedición”.

Aunque los sucesos de Barcelona habían provocado la caída del gobierno Maura, las operaciones militares en Marruecos continuaron bajo el gobierno del liberal Canalejas. Desde las páginas de El Socialista se continuó haciendo campaña durante 1911, tal vez el año en el que se alcanzó las cotas más elevadas de popularidad de la misma. La novedad respecto a etapas anteriores fue que los socialistas habían logrado arrastrar a su campaña contra la guerra a los republicanos, a través de la Conjunción. Se realizaron mítines conjuntos con gran éxito de público, como el celebrado en Barcelona, a pesar del boicot de los lerrouxistas y de sus intentos por reventarlo. Y a diferencia también de anteriores ocasiones, la campaña no se limitó a mítines sino que se vio acompañada de convocatorias de huelga -a través de la UGT- en varias localidades. La acción desplegada durante todo este año incluyó, además del argumentario antibelicista ya conocido -la utilización de la manifestación del 1º de mayo para exigir la revisión de los procesos de los condenados a muerte por los sucesos de 1909, la derogación de la Ley de Jurisdicciones, y el fin de la guerra del Rif.

Pero también como sucediera en anteriores ocasiones, la campaña de los socialistas contra la guerra, no consigue hacer variar la política del gobierno español. De hecho, en 1912, el 27 de noviembre, tiene lugar un nuevo acuerdo entre Francia y España por el que se establece el protectorado español. “Ya es evidente -decía El Socialista- que la obra que Francia y España perseguían era sencillamente una obra de conquista, aún cuando venga disfrazada con los nombres de protectorado, de penetración pacífica u otros análogos”.

En el último tramo de 1912, dos acontecimientos tuvieron lugar que van a condicionar el futuro inmediato del partido. El 12 del mismo mes, era asesinado el presidente del gobierno José Canalejas, por el anarquista Manuel Pardiñas. El suceso, rodeado de varios puntos oscuros, sirve no obstante para que las fuerzas monárquicas lleguen incluso a acusar a Pablo Iglesias de ser el inductor. Entre las “razones” que avalarían la supuesta inducción, los mismos acusadores citan discursos de Pablo Iglesias contra la guerra en los que, de manera retórica, había llegado a afirmar que si ante la protesta de los trabajadores contra la guerra, el gobierno contestaba con el terror desde arriba, se le respondería con el terror desde abajo. La opinión pública no se lo acaba de creer, pero era evidente que lo que se pretendía con esa campaña era deslegitimar, en la persona de Iglesias, la oposición contra la guerra. Especialmente, contra quienes podían encauzarla a escala de todo el país.  

El eco de la campaña orquestada contra de Iglesias -que suscitó naturalmente muchas reacciones a favor- llegó hasta la Internacional. Ésta, ante la crisis en los Balcanes que amenazaba con extenderse por toda Europa, convocó un congreso extraordinario de urgencia que se celebró en Basilea los días 24 y 25 de noviembre de 1912. Al grito de “Guerra a la guerra”, se aprobó un manifiesto que apelaba a todos los “proletarios y socialistas de todos los países, para que en esta hora decisiva hagáis oír vuestra voz. Afirmad vuestra voluntad bajo todas las formas y en todas las partes. Alzad con toda vuestra fuerza vuestra protesta unánime en los Parlamentos; uníos en las manifestaciones y acciones de masas; utilizad todos los medios que la organización y la fuerza del proletariado ponen en vuestras manos, de tal suerte que los Gobiernos sientan constantemente ante sí la voluntad atenta y activa de una clase obrera resuelta a la paz. Oponed así al mundo capitalista de la explotación y del asesinato de masas, el mundo proletario de la paz y de la unión de los pueblos”.

Las denuncias contra la política imperialista de Francia y España prosiguen durante todo el año 1913 y 1914, como también el conflicto en Marruecos y la consiguiente sangría para el país. El PSOE lanza en 1914 una campaña por la recogida de un millón de firmas en favor de un plebiscito sobre la guerra. A mediados de año, habían recogido medio millón, pero a pesar de los esfuerzos que se realizaron la política del gobierno no varió, aunque éste intentó ser más comedido manteniendo la presencia militar sin incrementar efectivos. 

En ese contexto, a finales de junio de 1914, el XI congreso de la UGT aprueba un manifiesto contra la guerra, en el que se hace llamamiento a la huelga general de 24 horas, e invita al Partido Socialista Obrero a formar parte del comité que la ha de organizar. Parecía que se llegaba a la conclusión que eran necesarias acciones de mayor envergadura. Sin embargo, la propuesta no va a tener recorrido. El estallido de la Primera Guerra Mundial la cortó de raíz. En vísperas de la declaración de guerra de Alemania a Francia y Rusia, el líder socialista francés Jean Jaurès es asesinado. “Nuestra primera víctima” proclama El Socialista, que añade que había sido asesinado “cuando su influencia enorme iba a pesar sobre las decisiones de la organización internacional; cuando acababa de poner de manifiesto su pensamiento favorable a la huelga general de los trabajadores contra el crimen inmenso de la guerra”. 

El 2 de agosto el Comité Nacional emite un comunicado que finaliza con las consignas “¡Abajo la Guerra!, ¡Paz y progreso a todos los Pueblos! ¡Viva la Unión de los Proletarios de todo el mundo!, ¡Viva el Socialismo Internacional!”, pero en el que ya se intuye el desconcierto que inmediatamente se va a producir en el seno de todos los partidos de la Internacional. Desconcierto que se traduce en el caso español, por la combinación de consignas que expresan un pacifismo “radical”, con otras que preparan la adaptación a la política del propio gobierno, por la vía de exigirle que España se mantenga neutral.  

Como es sabido, el estallido de la Primera Guerra Mundial abrió un cisma en la Internacional, algunos de cuyos partidos más importantes, sucumbieron ante la presión de sus propios gobiernos y de sus propias burguesías, pasando a justificar de una manera u otra sus políticas. El congreso internacional previsto para el mes de agosto en Viena, ya no pudo celebrarse. Los socialistas españoles quedaron afectados por la crisis de una Internacional, en la que tantas veces se habían apoyado en sus resoluciones para combatir la guerra. Y vieron como en sus propias filas se reproducía el mismo problema que en otros partidos socialistas, y de la exigencia de neutralidad algunos fueron “evolucionando” hacia el apoyo al bando -la Entente- supuestamente progresista. Iglesias entre otros. 

Josep A. Pozo (marzo 2023)

BIBLIOGRAFIA

-Joan Connelly Ullman: La Semana Trágica: estudio sobre las causas socioeconómicas del anticlericalismo en España, 1898-1912 (1972)

-Pere Gabriel: “Anarquistas y sindicalistas ante la Semana Trágica: la constitución de la CNT, 1906-1911”, en Eloy Martín Corrales, ed. / Semana Trágica. Entre las barricadas de Barcelona y el Barranco del Lobo, (2011)

-Joaquín Romero-Maura: “La rosa de fuego”. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909, (1989)

-Carlos Serrano: El PSOE y las cuestiones coloniales (1890-1914), a Hispania, núm. 198 (1998) págs. 283-304

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