Saludo del colectivo «Mujeres Republicanas» del Estado español a la Conferencia/Mitin de París contra la guerra.

«Es infinitamente ingenuo creer que la guerra conduce a la paz. Ni Putin, ni Trump, ni Zelenski, ni los dirigentes europeos han sido capaces de aportar lo esencial a los pueblos: la paz. Los cálculos basados en una victoria militar se han venido abajo, así como los intentos de «toma y daca»
Buenas tardes, compañeras y compañeros.
Soy Isabel Cerdá y en nombre del colectivo Mujeres Republicanas, adscrito al Comité por la Alianza de Trabajadores y Pueblos, envío un saludo a la Conferencia/Mitin Internacional contra la guerra que se celebra los días 4 y 5 de octubre en París.
El sentido de nuestro colectivo está definido en su propio nombre: Somos republicanas, es decir, aspiramos a la República como marco político de democracia elemental, rechazamos la Monarquía y sus instituciones ya más que putrefactas.
Y somos mujeres trabajadoras y, como tales, estamos en contra de la guerra y del genocidio, seguimos con orgullo la honrosa tradición de las mujeres en el movimiento obrero.
La lucha organizada de las mujeres trabajadoras contra la guerra comenzó ya en la Primera Guerra Mundial En medio de enormes dificultades, en marzo de 1915, Clara Zetkin, por entonces secretaria de la Internacional Socialista de Mujeres, junto a las revolucionarias rusas organizó en Berna la primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la Guerra, que contó con 29 delegadas de los países beligerantes.
La Conferencia adoptó una resolución conocida popularmente como «Guerra a la guerra».
Por su absoluta actualidad, reproduzco alguno de sus párrafos:
«La actual guerra mundial hunde sus raíces en el imperialismo capitalista. Fue provocada, finalmente, por las exigencias de los explotadores y clases gobernantes de los diferentes países que, en una lucha competitiva entre sí, se esfuerzan en extender su explotación y dominación más allá de las fronteras de sus propios Estados.
[…] La historia establecerá la tremenda responsabilidad del estallido de la guerra que recae sobre los gobiernos y la diplomacia de varias grandes potencias. Durante ocho meses, la guerra mundial ha destruido cantidades inconmensurables e inestimables de valores culturales, y ha causado innumerables sacrificios de vidas humanas. Ha pisoteado y deshonrado los más altos logros de la civilización, los más sublimes ideales de la humanidad.
[…] A partir de estas consideraciones, la Conferencia Extraordinaria de Mujeres Socialistas declara la guerra a esta guerra. Exige el cese inmediato de esta monstruosa lucha entre los pueblos. Exige una paz sin anexiones ni conquistas, una paz que reconozca el derecho a la autodeterminación y a la independencia de los pueblos y nacionalidades (incluidos los pequeños) y que no imponga condiciones humillantes e intolerables a ninguno de los estados beligerantes».
Esta declaración se podría haber redactado hoy mismo.
Y hoy, la lucha en defensa de la democracia, de la más elemental de las democracias, pasa por la defensa incondicional del pueblo palestino, porque su lucha, desigual pero inagotable, concentra la lucha de todos los pueblos del mundo.
Esta realidad nos remite al ejemplo de Rosa Luxemburgo, asesinada por mantenerse firme en sus convicciones: se opuso a los créditos de guerra y advirtió que la guerra es una cruel escuela para nuestra clase.
Los pueblos sostienen la vida en medio del dolor (televisado o transmitido) pero hay informes que no siempre cuentan: la guerra es también violencia contra las mujeres, violencia contra los cuerpos, violencia contra la vida misma.
Cuando hablamos de guerras, también hablamos de genocidio. Hablamos de lo que eso significa para las mujeres. Mujeres que cargan en sus brazos no solo la pérdida de hijos, familiares y amigos, sino del peso del miedo, de la humillación y del dolor físico y emocional.
En las guerras y en particular Palestina, hoy las mujeres embarazadas no tiene acceso a atención medica segura. Mujeres privadas de agua, luz y alimentos. Mujeres sin acceso a productos básicos de higiene, obligadas a pasar la menstruación sin condiciones mínimas de limpieza, expuestas a infecciones, dolor y vergüenza. Mujeres que, además, soportan violencia sexual como arma de guerra.
Un sufrimiento que deja cicatrices invisibles y profundas que las arrastra a una muerte silenciosa.
La violencia contra las mujeres en la guerra tiene muchas formas:
Es violencia de la bomba que rompe hogares.
Es violencia de la humillación y la explotación.
Es violencia sexual como herramienta de sometimiento.
Ante eso decimos alto y claro:
Ni un céntimo, ni un arma, ni una vida humana para la guerra.
Porque no se trata solo de solidaridad con un pueblo masacrado, se trata de supervivencia.
La entidad sionista, a la que sus dirigentes se empeñan en llamar Estado, porque hace 80 años ocuparon a sangre y fuego el territorio de un pueblo soberano, Palestina, con el aval de Jehová, está hoy arrasando salvajemente los reductos en los que han ido encerrando a los palestinos año tras año, asentamiento tras asentamiento, agresión tras agresión.
Pero aquí en casa, en Europa, se desarrolla una guerra salvaje, que ha causado ya un millón de muertos, entre jóvenes rusos y ucranianos, por causas del todo ajenas a esos jóvenes. Una pugna entre oligarquías en la que nada tienen esos jóvenes que ganar y todo que perder. Ya sabéis: vuestras guerras, nuestros muertos.
Un llamamiento firmado conjuntamente por militantes rusos y ucranianos dice:
«Es infinitamente ingenuo creer que la guerra conduce a la paz. Ni Putin, ni Trump, ni Zelenski, ni los dirigentes europeos han sido capaces de aportar lo esencial a los pueblos: la paz. Los cálculos basados en una victoria militar se han venido abajo, así como los intentos de «toma y daca» entre dirigentes a costa de los pueblos. Hoy, no solo la izquierda, sino cualquier fuerza democrática debe unirse, pero no en torno a un programa de militarización y violencia, sino bajo la bandera de la paz inmediata.
Conocemos el precio de la guerra: nos ha privado de nuestra voz y del derecho a decidir nuestro destino. La única posibilidad de poner fin a esta pesadilla es devolver a nuestros pueblos ese derecho, el derecho a la autodeterminación».
Gobiernos, instituciones, incluso ciertas organizaciones del movimiento obrero, toman partido en esta carnicería capitalista e insisten en que todos debemos tomarlo. Nosotras no tomamos partido por los oligarcas que se juegan sus intereses sobre montañas de inocentes muertos y heridos.
Actualmente, la cifra oficial de conflictos abiertos (un eufemismo para hablar de guerras) es de 56. Muchas fuentes señalan un número que puede doblar esa estimación.
¿Tendrá algo que ver la economía de armamento en ese aumento de los conflictos armados? Ese negocio redondo que se retroalimenta: fabrican armas, las venden, las utilizan dejando una estela de muerte y destrucción humana y planetaria, y fabrican más remesas. Porque parece mentira que haya que señalar aún que esa falacia del rearme preventivo es eso: una falacia vergonzosa. Las armas no se fabrican para guardarlas por si acaso, se fabrican para utilizarlas. Si no, no hay negocio. Eso lo explica muy bien el señor Trump y todos sus acólitos.
Pero no estamos hoy aquí para insistir en lo evidente. Los pueblos de todo el mundo se levantan contra el genocidio que la entidad sionista perpetra en Palestina. El abismo entre gobiernos e instituciones por un lado y trabajadores y pueblos por otro, se ahonda cada día. En cada rincón del mundo, la cólera provocada por el horror televisado despierta la creatividad, que se traduce en mil y una formas de lucha, muchas de ellas improvisadas, como la que se produjo en nuestro país en torno a la vuelta ciclista; otras más organizadas como la flotilla que se dirige hoy a Gaza; manifestaciones de un calibre pocas veces visto, en todo el mundo, incluidas por supuesto las convocadas por organizaciones judías que quieren dejar muy claro: «No en nuestro nombre», acabando con esa indigna mentira propalada por los que perpetran o apoyan el genocidio que pretende equiparar antisemitismo y antisionismo.
La voluntad de los pueblos de defender sus derechos y conquistas, naturalmente en peligro con el aumento de los presupuestos militares, y defender en última instancia su propia vida es clara y evidente. Por ello estamos necesitados de organizarnos a nivel no solo nacional, sino sobre todo internacional. Ese es el papel que juegan la conferencia y el mitin de los días 4 y 5 de octubre en París, convocados a partir del llamamiento que todos conocéis «Ni un céntimo, ni un arma, ni una vida para la guerra».
Porque, compañeros, el tiempo de caracterizar ha pasado sobradamente. Ahora tenemos que organizarnos. El espectáculo de dolor y muerte no necesita ninguna explicación, solo exige determinación y organización para acabar con él, para liberar al pueblo mártir de Palestina, para sacar de las trincheras a los jóvenes rusos y ucranianos cazados a lazo por las calles para convertirlos en carne de cañón. Si alguien necesita aún explicaciones, ese alguien no es de los nuestros y no vamos a perder el tiempo en dárselas. Porque, compañeros y compañeras, no hay tiempo.
No olvidemos a Ucrania y Rusia.
No olvidemos los 56 países anegados en sangre.
No dejemos de mirar hacia Palestina aunque cueste, que cuesta mucho.
Los niños palestinos son nuestros niños. Las mujeres palestinas, nuestras hermanas. Los hombre palestinos, nuestros compañeros.
Y luchemos organizadamente, exijámoslo de nuestras organizaciones obreras. Utilicemos la Conferencia/Mitin de París para ello.
Desde nuestro colectivo de Mujeres Republicanas y desde todos los ámbitos en los que intervenimos, estaremos pendientes de los acuerdos que se tomen en París y pondremos toda nuestra fuerza militante para ayudar a que esa organización se haga realidad. Debemos estar dónde nos corresponde. No hay lugar a medias tintas.
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