Una crisis de Estado
Pero no se trata solo de las catástrofes «naturales». También están las catástrofes sociales: el aumento de la precariedad laboral (47,5% de los trabajadores según el reciente estudio de Cáritas), la juventud condenada a no poder emanciparse, entre otras cosas por la inaccesibilidad de la vivienda y los bajos salarios y que, desesperada, se refugia de manera preocupante en la abstención y la extrema derecha. No para todos es catastrófica la situación.
E Juliana escribía en La Vanguardia del pasado 4 de noviembre lo siguiente: «El drama de Valencia ha significado una verdadera crisis de Estado, una de esas crisis que perforan el músculo social y trastocan su relación con la política y las instituciones. Paiporta, 3 de noviembre de 2024. No olvidemos esta fecha. Los reyes ,el presidente del Gobierno y el presidente de la Generalitat Valenciana, […] abucheados por la gente…» Nos hemos permitido iniciar este editorial con esta larga cita porque resume, en manos de un defensor autorizado del régimen, la situación. Lo ocurrido en el funeral de Estado confirma esta impresión.
En efecto, son las vergüenzas de todo el entramado institucional del Estado las que han sido puestas en evidencia. Es el carácter parasitario de todas las instituciones de la Monarquía heredera del franquismo el que hace aguas y se muestra impotente y enfrentado ante las catástrofes de repetición, de la dana a los incendios. En cada uno de ellos se pone de manifiesto la imprevisión de las autoridades, la falta de reacción, la extrema precariedad del personal que debería actuar, los recortes que han impedido aplicar medidas necesarias…
Pero no se trata solo de las catástrofes «naturales». También están las catástrofes sociales: el aumento de la precariedad laboral (47,5% de los trabajadores según el reciente estudio de Cáritas), la juventud condenada a no poder emanciparse, entre otras cosas por la inaccesibilidad de la vivienda y los bajos salarios y que, desesperada, se refugia de manera preocupante en la abstención y la extrema derecha. No para todos es catastrófica la situación.
Mientras buena parte de la población trabajadora sufre privaciones para llegar a fin de mes, la banca, las empresas energéticas, las multinacionales del comercio, de la agroindustria obtienen beneficios espectaculares. El IBEX 35 alcanza la cifra récord de 16.000 puntos.
Los comentaristas económicos se lamentan de que la clase media desaparece y la división de clase entre grandes capitalistas y poseedores por un lado y trabajadores asalariados o autónomos se acrecienta. Oxfam explicaba en su informe anual que «para los 30.000 millonarios españoles, 2024 también fue un gran año. Su riqueza conjunta superó los 185.000 millones de euros, aumentando más de un 20% respecto al año pasado». A la luz de estos datos, ¿quién puede aún negar que la lucha de clases existe y que las políticas identitarias, al margen de las voluntades de quienes las defienden, no pueden encubrir esta realidad.
El capital y quienes lo defienden (sin excluir a los economistas y periodistas apesebrados), la patronal y sus instituciones, tienen una política clara: bajar lo máximo posible el costo de la fuerza del trabajo, ya sea el salario directo o el diferido. Claman al cielo cuando los sindicatos del metal piden aumentos según el IPC más un punto para paliar la pérdida del poder adquisitivo. La campaña contra el sistema de pensiones se acrecienta cuando estos años se ha conseguido como mínimo no perder más poder adquisitivo, incluso se lanza una campaña que pretende culpar a los viejos por los bajos salarios de los jóvenes. Es la realidad de la lucha de clases, para muchos luchadores la cuestión central está en cómo actúan y deben actuar las organizaciones que construyeron, y reconstruyeron a la muerte de Franco, los trabajadores para defender sus intereses y reivindicaciones, la democracia y los derechos de los pueblos. Son muchos los que piensan que estas organizaciones no se enfrentan claramente a los intereses voraces del capital, que se contentan muchas veces con medidas paliativas o insuficientes, que les tiembla la mano a la hora de enfrentarse con el Gobierno.
En cuanto al Gobierno, frente a las enormes necesidades de nuestra sanidad, de la enseñanza, de las universidades que van a la huelga por falta de fondos que necesitan para sobrevivir, de la falta acuciante de viviendas públicas, del estado penoso de muchas carreteras, de los empleados públicos sin subida salarial ya casi terminando el año, de la falta de infraestructuras hidráulicas (¡Barranco del Poyo!), cada vez es más incomprensible que priorice el aumento del gasto militar para contentar a Trump (y más cuando Trump empieza a conocer la reacción de masas, en los propios EEUU, a su política antiobrera)
No hay vuelta de hoja, la crisis de Estado no se resuelve adobando la Monarquía y manteniendo este régimen. Esta política solo lleva a abrir el camino a las derechas. O se produce un giro a la izquierda atendiendo a las reivindicaciones de los trabajadores y los pueblos, o se está alimentando la victoria de la reacción.






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