Palestina: ¿Fusilados para dar ejemplo?
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Jacques-Marie Bourget, gran ex-reportero internacional, "tiroteado" por Tsahal el 21 de octubre de 2000 en Ramallah
Otra víctima de Tsahal «tiroteado» con M16 en 2000, rinde homenaje a Shireen Abu Akleh
Hoy en día, esos vídeos implacables que recogen la película de nuestra vida a su antojo también nos permiten, cuando el drama tiende su red, ver la muerte cara a cara. Al ver las imágenes de mi magnífica colega Shireen Abu Akleh, atrapada en una lluvia de disparos, reviví mi propia muerte, o lo que estuvo cerca de serlo. En efecto, el 21 de octubre de 2000, en Ramallah, me encontré, como ella, en el punto de mira de un francotirador «de élite» israelí. Apuntó a mi corazón. Por casualidad, el criminal de guerra -pues así lo denomina la Convención de Ginebra- no alcanzó lo que quería destruir, impactando unos centímetros más arriba. Gracias a esta combinación del azar y el formidable talento de los cirujanos palestinos, sobreviví.
Seamos claros, la víctima es Shireen y no yo, que sigo aquí. Escribir estas líneas es sólo una forma de mostrar solidaridad a través del testimonio. Por experiencia, puedo describir los horribles segundos que fueron, para Shireen, los últimos de su vida. Eres periodista, estás ahí sin armas, no para hacer la guerra sino para informar, para hacer posible el mundo vea lo invisible. De repente el aturdimiento, la herida incomprensible, el paso a otro mundo. Una reportera de la calidad de Shireen tenía suficiente experiencia como para no ponerse voluntariamente bajo el fuego. Si cayó, no fue por un desafortunado azar , fue porque un bárbaro decidió cometer un crimen de guerra quitándole la vida. Según la ley, un atentado terrorista que a él le trae sin cuidado, porque al apretar el gatillo sabe que quedará impune.
Anteriormente coincidí con la joven en Ramallah, en Gaza, en Jerusalén, en el patio del Hotel American Colony, que en su día fue el palacio de Lawrence de Arabia. Era íntimamente periodista y palestina, pero también palestina y periodista. Igual que Paul Nizan (que también murió bajo los disparos) era marxista y francés. Quienes se atrevan a decirnos hoy que sus escritos eran militantes son unos cobardes, simplemente eran certeros. Valiente en sus relatos, valiente sobre el terreno, siempre mantuvo el sentido de la hospitalidad, siempre dispuesta a ayudar al otro. Más que una mujer, es un ejemplo lo que han asesinado.
Vuelvo a la experiencia de la muerte. Y también quiero pedir perdón a esos palestinos “anónimos” que, cada día o casi cada día, caen bajo el fuego israelí. La prensa occidental habla poco de ellos y rara vez aparecen en las pantallas. No son más que un número que se suma a la cifra de muertes que se cuentan cada mes, cada año… Y el mundo, con los ojos cerrados, ignora ese cortejo. Con su muerte, Shireen también resucita la memoria de todas esas víctimas que cayeron sin hacer ruido.
Herido muy gravemente, abandonado sobre el asfalto por los indiferentes demócratas israelíes que se negaron a socorrerme, conozco la cantinela que repiten hoy las “autoridades” israelíes: “fueron los palestinos quienes dispararon”. Las mentiras del relato se mantienen en reserva, listas para servirlas en el momento preciso. Esta negación permite a todos los ciegos del planeta, tan amantes de la verdad pero que no quieren saber nada, ser transmisores de una insufrible prudencia: “no nos precipitemos, esperemos las pruebas”. Unas pruebas que nunca llegarán, o lo harán demasiado tarde, cuando el drama se haya borrado de la memoria occidental.
Luego viene la patraña de la “investigación imparcial”. Que, por supuesto, sólo puede ser creíble si la llevan a cabo “expertos” israelíes. Personalmente, después de que me hiriesen, me sirvieron esa mentira, la de un “ejército que estaba realizando una investigación”. Es mentira y esa ilusión, ese engaño son innobles: las palas que arrojan la tierra en el entierro. A fuerza de luchar, con la ayuda del abogado William Bourdon y de algunos jueces franceses, finalmente recibí una comunicación oficial de Israel: “que mi caso había sido estudiado, pero que el informe militar era secreto”. En el colmo del desprecio, mis asesinos se atrevieron a añadir que ese informe oficial se había “perdido” pero que, en cualquier caso, ¡el disparo que atravesó mi cuerpo fue obra de “los palestinos”!
Si, después de 20 años de lucha, la justicia francesa ha reconocido que efectivamente fui “víctima de un intento de asesinato por parte de Israel” (un crimen de guerra), ¿de dónde sacan los magistrados franceses esa certeza? De una delgada esquirla de metal extraída de mi omóplato. Analizada por los expertos, la munición es efectivamente una bala M16 fabricada por IMI, la industria armamentística israelí. Si bien no se ha castigado, se conoce al culpable.
Aunque los que gustan de llevar un paraguas cuando hace buen tiempo digan con la boca chica que “la comparación no es correcta”, en mi fuero interno lo sé todo sobre la muerte de Shireen y sé que sólo el azar ha querido que yo siga respirando. Mi testimonio pretende ser un escudo contra las mentiras oficiales y dar un poco de esperanza a los que querían a Shireen. El estudio balístico, en la zona en la que fue asesinado nuestra compañera, y el de un proyectil -si se encuentra- aún puede señalar a un culpable. Algún día será castigado, él y los que se solidarizan con él, sus hijos quizás, castigados por tanta vergüenza e injusticia acumuladas.
Por ello, recomiendo a quienes no estén indignados, que vean las imágenes grabadas cuando el cuerpo de Shireen es retirado de la morgue del hospital de Jerusalén. Se ve a un pelotón de policías israelíes asaltando el ataúd, como si estos no humanos deseasen la segunda muerte de una periodista demasiado indomable.
La acumulación de barbarie con rostro humano, suicida para Israel, hará saltar un día el manto de plomo que quiere asfixiar a Palestina.
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