Los trabajadores y la crisis política
Contrariamente a lo que han declarado estos días el expresidente Felipe González o el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, la inmensa mayoría de los trabajadores de este país no consideran que la crisis del PP sea mala para la democracia.
Hay que partir de un hecho: el PP, fundado por siete exministros de Franco, es la representación política de las instituciones heredadas de la dictadura y mantenidas en pie en la llamada “transición”. Actúa como un firme defensor de los privilegios de éstas y, por tanto, de la corrupción endógena consustancial con el franquismo y sus sucesores. Corrupción que contamina a todos los partidos y organizaciones que apoyan a este régimen y viven de sus instituciones. Como las instituciones a las que representa, el PP es el principal defensor de los intereses del capital financiero, de los grandes bancos, de las multinacionales, que se aprovechan a fondo de las sucesivas reformas laborales para sobreexplotar a los trabajadores y someter a las organizaciones sindicales.
No es por casualidad que, después del espectáculo antidemocrático del 3 de febrero en que se negó a los diputados el poder enmendar una ley, ni siquiera para mejorarla, pues según la CEOE no se podía “tocar una coma”, la crisis se haya profundizado. La abstención masiva en Castilla y León confirma este rechazo, aún pasivo, de sectores crecientes de la población ante tanta farsa. Farsa que pone al descubierto el carácter “otorgado” de las Cortes y pone en evidencia que ninguna conquista, ningún avance puede conseguirse si no es con la movilización unida de los trabajadores arrastrando a sus organizaciones, y sobrepasando los límites paralizantes del llamado “diálogo social”.
La crisis que sacude hoy al PP pone al descubierto una cosa: este régimen heredado del franquismo sólo se sostiene por el consenso con las organizaciones que los trabajadores y los pueblos construyeron, y que hoy se ven en la alternativa siguiente, mantener este régimen, sus reformas laborales, de pensiones, liberticidas, o bien defender los derechos de la la mayoría.
La exigencia de ésta es ponerse a la cabeza de la defensa de todas las reivindicaciones, más evidente cuando el “adversario” está dividido y en crisis.
Nos hablan del supuesto peligro de la extrema derecha. Pero a ésta no se la combate dando la espalda a las reivindicaciones, desanimando y frustrando a la población trabajadora. Hay una mayoría en Cortes que permitiría derogar todas las contrarreformas, dar satisfacción a las principales reivindicaciones, salvar a la sanidad y la enseñanza públicas, hacer que los banqueros devuelvan lo robado y que los ricos paguen la salida de la crisis, dar satisfacción a las exigencias de libertad de los pueblos, legislar a favor de la mayoría trabajadora. Cuando esa mayoría en Cortes se utiliza para salvaguardar los intereses del capital financiero, se echa leña al fuego de la ultraderecha.
Junto con miles de militantes, concentramos todos los esfuerzos en continuar la lucha por la derogación completa de las reformas laborales y la retirada de leyes como la de Escrivá y otras que amenazan los derechos de la mayoría. Sobre esta lucha, trabajamos en la perspectiva de construir una representación política fiel a los intereses de la población trabajadora.
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