¡Alto a la política de guerra!
El 24 de enero el Gobierno de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz decidió –sin ni siquiera un debate en el Congreso– enviar tanques Leopard a Ucrania, siguiendo las decisiones de Biden, secundado a regañadientes por Scholtz y con entusiasmo por Macron y otros Gobiernos europeos.
Se trata de una decisión de una gravedad extrema: supone avivar el conflicto, por un lado, con las graves consecuencias que tiene para los pueblos ucraniano y ruso y para toda la población trabajadora de Europa, y por otro, someter el presupuesto del Estado a las exigencias guerreras de la OTAN y Biden. Este reunió a 50 países en la base americana de Ramstein (Alemania) expresamente para dictar esta decisión brutal, que alimenta la guerra sin fin. Y nada más imponer en cada país la entrega de tanques, sale el portavoz Zelenski reclamando ya aviones de guerra. Una escalada sin fin que ha tenido como respuesta la amenaza de Putin de utilizar armas nucleares tácticas y aumentar cualitativamente su presupuesto militar.
Todo el mundo sabe que no se trata de la supuesta defensa de Ucrania, ni de una respuesta a la agresión rusa (esta misma semana el Estado de Israel volvió a bombardear Gaza, sin ninguna protesta de los “defensores de Ucrania”) sino del control de las materias primas y los mercados.
Estamos ante decisiones políticas simétricas que quieren condenar a los pueblos, a todos los pueblos, a sufrir más muertes, más destrucción, desmantelamiento de servicios públicos y de la industria e inflación.
Porque la otra cara de la moneda está servida. Al margen de las demagogias, del reparto de “ayudas” sociales y falsos debates, la movilización masiva del personal sanitario en la mayoría de las comunidades deja claro que la otra víctima de la guerra son los sistemas de salud públicos. Es una evidencia a pesar de la división entre autonomías y organizaciones. Y detrás vienen otros servicios sociales.
Contra esto se levantan en primer lugar los trabajadores de la sanidad.
También forma parte de la política de guerra el hecho de que las multinacionales ganen 2.700 millones al día y de que los sectores energético y alimenticio dupliquen sus ganancias en 2022 según el informe de Oxfam, organización nada sospechosa de querer acabar con el sistema de explotación existente.
En los países europeos, desde el fin de la guerra mundial, la lucha contra la guerra, por el alto el fuego inmediato, nunca ha estado tan ligada como ahora a la lucha contra la inflación, por el aumento de salarios, contra la austeridad, por las reivindicaciones.
Y nunca estuvo tan ligada a la lucha por imponer la democracia, por acabar con la herencia franquista, con la monarquía, primera valedora de la carrera de armamentos impuesta por la Administración americana.
Impulsar y participar en las múltiples manifestaciones que se anuncian alrededor del 24 de febrero es la tarea del momento.
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