Enseñanzas de la Comuna: “El derecho indiscutible a convertirnos en dueños de nuestro propio destino”

Publicado el por Xabier Arrizabalo

Categoría: Formación - Historia del movimiento obrero

Con este artículo concluye la serie sobre la Comuna de París iniciada en marzo, en conmemoración de su 150 aniversario. Una experiencia efímera, apenas diez semanas, pero que aporta valiosas enseñanzas para la lucha actual por la emancipación de la humanidad contra la barbarie capitalista. En la serie se ha abordado tanto la toma del poder como su ejercicio: sus dificultades, contradicciones y límites, pero también y destacadamente sus conquistas. Primero se abordó la insurrección y la consecuente constitución de la Comuna, conformada de facto como Estado obrero, el primero de la historia. Después, el contenido social tan avanzado de las principales medidas aplicadas que, de hecho, les confiere un carácter revolucionario.

Contradicciones y derrota militar

¿Fue derrotada la Comuna? Militarmente sí, sin duda, de modo que la experiencia se truncó y se revirtieron los avances. Pero afirmar que la Comuna fue derrotada sería muy simplista y facilitaría la negación de su legado: “cualquiera que sea el curso inmediato que sigan las cosas, se ha conquistado un nuevo punto de partida de una importancia histórica universal” (Marx). No es una cuestión retórica, sino práctica, comprensible a la luz de la concepción de revolución permanente, ya formulada por Marx y Engels desde 1845 y retomada por Trotsky y por Lenin desde 1904 y 1905 respectivamente; una concepción que rechaza la pretensión de aislar una revolución en el tiempo y en el espacio. La propia Comuna es explícita al respecto en su Declaración al pueblo francés del 19 de abril:

La Revolución comunera, comenzada por iniciativa popular el 18 de marzo, inaugura una era nueva de política experimental, positiva, científica. Es el fin del viejo mundo gubernamental y clerical, del militarismo, de la burocracia, de la explotación, de la especulación, de los monopolios, de los privilegios, a los que el proletariado debe su servidumbre, la patria sus desgracias y sus desastres.

Las clases dominantes identifican la Comuna como lo que es, una amenaza a su dominación y los privilegios que comporta.; en toda Francia y fuera. Por consiguiente, la combate y acaba derrotándola militarmente. ¿Por qué? A primera vista destacan dos aspectos: no destruir el ejército burgués huido, permitiendo su rearme con la colaboración alemana, y renunciar a tomar el Banco de Francia, arrebatándoselo al gobierno de Thiers. Puede chocar, pero tiene explicación: la Comuna no es completamente espontánea, pero tampoco se asienta en una organización política afinada, con un programa claro. En ella confluyen distintas orientaciones políticas, incluyendo reformistas, ultraizquierdistas y anarquistas, coincidentes en menospreciar las necesidades militares y económicas, entre otras: “la Comuna ha demostrado, sobre todo, que ‘la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines’” (Marx y Engels).

El resultado es el aplastamiento militar de la Comuna, pese a su resistencia heroica. La brutalidad e inquina de la represión que sigue no sólo retratan a sus perpetradores; también la ignominia de la burguesía, supuesta heredera de la Revolución de 92 años antes, en realidad enterradora de todo lo que tuvo de progreso:

El heroísmo abnegado con que la población de París -hombres, mujeres y niños- luchó por espacio de ocho días después de la entrada de los versalleses en la ciudad, refleja la grandeza de su causa, como las hazañas infernales de la soldadesca reflejan el espíritu innato de esa civilización de la que es el brazo vengador y mercenario. ¡Gloriosa civilización ésta, cuyo gran problema estriba en saber cómo desprenderse de los montones de cadáveres hechos por ella después de haber cesado la batalla! (Marx).

Enseñanzas de la Comuna

La experiencia soviética es su contrapunto, porque en ella no se renuncia a ninguna palanca, se exprimen todas, liquidando completamente el Estado burgués. La diferencia radica en la organización de la clase obrera que allí, además de los sóviets, cuenta con un partido obrero, orientado revolucionariamente desde la llegada de Lenin en abril. La debilidad de la Comuna en este punto ofrece una lección: la necesidad del partido, representación política de la clase dominada, para que ésta actúe de forma consciente hasta el final:

El partido obrero -el verdadero- no es un instrumento de maniobras parlamentarias, es la experiencia acumulada y organizada del proletariado. Sólo con la ayuda del partido, que se apoya en toda su historia pasada, que prevé teóricamente la dirección que tomarán los acontecimientos, sus etapas, y define las líneas de actuación precisas, puede el proletariado liberarse de la necesidad de recomenzar constantemente su historia: sus dudas, su indecisión, sus errores. El proletariado de París carecía de un tal partido (…) a los luchadores del 71 no les faltó heroísmo. Lo que les faltaba era claridad en el método y una organización dirigente centralizada. Por ello fueron derrotados (Trotsky).

La Comuna enseña también, prácticamente, con los enormes avances logrados en pocas semanas, que hay alternativa a la barbarie del capitalismo, frente al fraude de quienes proclaman que puede reformarse: “la causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal” (Lenin). Lo que ya apuntaba Marx cuarenta años antes: “si la Comuna es derrotada, ello no significará más que la prolongación de la lucha (…) los principios de la Comuna son eternos y no pueden ser destruidos; se abrirán paso una y otra vez hasta que la clase obrera sea liberada”.

Cerramos dándole la voz a la propia Comuna, en la proclamación del Comité Central de la Guardia Nacional el 18 de marzo, que resulta plenamente vigente hoy:

(…) los proletarios, al presenciar la derrota y la traición de las clases dominantes, se dieron cuenta de que había llegado el momento en que ellos mismos debían salvar el país y tomar el control de los asuntos sociales en sus propias manos (…) Comprendieron que esta obligación había recaído sobre ellos y que tenían el derecho indiscutible de convertirse en dueños de su propio destino y de tomar el poder gubernamental en sus propias manos.

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