«El fin de una fase, el comienzo de otra… y la necesaria revisión»

Publicado el por Awad AbdelFattah

Categoría: Actualidad Internacional

Pero el sistema exterminador se enfrenta a un desafío aún más temible –la marea mundial anticolonial y los tribunales internacionales que comienzan a rodear Israel moral y jurídicamente.


Publicado en Informations ouvrières n.º 881


Por Awad AbdelFattah, 17 Octubre 2025

(traducción del árabe)

François Lazar

Publicamos esta importante contribución de Awad AbdelFattah, coordinador de la Campaña por un Solo Estado Democrático (ODSC), antiguo secretario general de la «Agrupación Nacional Democrática» dentro del Estado israelí, conocida como el partido Balad.

El punto de vista aquí expuesto es compartido por una gran mayoría de palestinos y es objeto de intensos debates en el movimiento nacional palestino. Desde hace dos años, Informations ouvrières informa cada semana y sin interrupción sobre la situación en Palestina y Gaza, a partir de análisis e informaciones procedentes de Palestina. Lejos de estas consideraciones, una pequeña minoría de personas de origen palestino, especialmente entre los inmigrantes en Europa, cuestiona la resistencia del pueblo palestino en Gaza y afirma que este «ha sufrido una derrota aplastante y que Israel ha ganado la guerra». Para estas personas, lo más importante es ganarse el respeto de los medios de comunicación y, de este modo, ganarse el «derecho» a salir en antena. En definitiva, este tipo de declaraciones no hacen más que favorecer a los dirigentes israelíes, cuando lo que convendría es poner sobre la mesa la responsabilidad total de Israel en la continuidad de los acontecimientos que se vienen produciendo desde hace décadas, como han hecho valientemente algunos israelíes. Awad AbdelFattah no habla de derrota palestina ni de victoria israelí. Para él, se trata del comienzo de un nuevo proceso.

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El fracaso más sonado de Netanyahu sigue siendo haber resucitado la causa palestina y haberla devuelto al centro de la atención mundial, después de haber dedicado su vida política a intentar enterrarla. Porque, independientemente de los instrumentos de poder de que disponga Israel, ahora se encuentra impotente ante la revolución moral y cognitiva universal… Nadie puede negar que no estamos viviendo el final del conflicto en Palestina, sino el comienzo de una nueva etapa de esta lucha colonial sangrienta, que dura ya más de ciento veinte años. Las conclusiones de la cumbre de Sharm el-Sheikh —o más bien su puesta en escena— demostraron que lo que se dirimía allí no era ni el fin de la guerra ni la limitación de la expansión y la dominación, sino una simple reorganización de sus herramientas y sus objetivos. Israel reanudó inmediatamente sus incursiones y agresiones dirigidas a puntos concretos del territorio, en nombre de una seguridad en la que ya nadie cree. En cuanto al emperador del exterminio, Donald Trump, en ningún momento mencionó el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación: una forma de sumir de nuevo al mundo árabe en un ciclo político o apolítico infinito en torno a un «proceso» sin fin. Así, el pueblo palestino y sus élites se enfrentan a errar nuevamente, pero quizá también a una rara oportunidad de recuperar el sentido común, el equilibrio y el camino correcto.

El acuerdo de alto el fuego no marca ni el fin de la estrategia de aniquilación, ni una ruptura en el pensamiento sionista. Cierra un capítulo de devastación de un salvajismo obsceno, que ha durado dos años, para abrir otro – el de una aniquilación, más lenta, menos estruendosa. La próxima aniquilación no será forzosamente colectiva ni física: el imperio estadounidense y sus aliados han comprendido que la banda de asesinos que gobiernan Israel es una rémora para su plan de reconstitución de la influencia externa.

El objetivo ahora pasa a ser político: dirigentes y militantes. Pero el sistema exterminador se enfrenta a un desafío aún más temible –la marea mundial anticolonial y los tribunales internacionales que comienzan a rodear Israel moral y jurídicamente.

La prioridad para Gaza, y para todo el pueblo, es hacer que cese la guerra de exterminio que ha devorado a niños y ancianos, y permitir que respiren los supervivientes, que lloren a sus muertos, sus moradas, sus sueños. No es solamente una pausa humanitaria tras el infierno, sino una victoria estratégica: impedir la implantación del plan de desplazamiento y desarraigo que constituía el objetivo declarado de la alianza estadounidense-israelí de destrucción. Y ese resultado es producto de la resistencia heroica y única de Gaza.

Sin embargo, esta secuencia, la más feroz de toda la historia de la confrontación palestino-sionista, no ha revertido la relación de fuerzas: ha consolidado la superioridad del sistema estadounidense –israelí sobre Palestina y la región, sin obtener una verdadera victoria política. Israel ha fracasado en sus grandes objetivos, siendo el primero de ellos era la destrucción del movimiento Hamás, que conserva autoridad y control del terreno.

Israel, en sus dos vertientes, gubernamental y opositora, sigue inquieta, nerviosa, ávida de nuevos pretextos para golpear Gaza, como ya lo ha hecho en Líbano y Siria.

Pero el mayor fracaso de Netanyahu sigue siendo haber llevado la cuestión palestina al centro del mundo. Ya que, a pesar de la fuerza bruta, Israel se viene abajo ante una revolución ética e intelectual global, que ha desvelado la realidad del proyecto sionista: una empresa colonial racial, una de las más feroces de la historia. Ha puesto en evidencia la profunda inmoralidad de los regímenes occidentales y de sus dirigentes. El barniz moral que protegía a Israel se ha desmoronado hasta desaparecer. El descrédito que golpea hoy a Israel en la escena internacional es irreversible –pérdida estratégica reconocida incluso por algunos de sus más fieles amigos. Y cualquier intento de restablecer su imagen y su prestigios es ahora vano.

Ante esta verdades, el intelectual palestino –junto con las élites política y culturales- permanece perplejo. ¿Cómo transformar este momento de sangre y fuego en oportunidad para la resistencia y la reconstrucción? La tarea es ardua, incierta, pese a los esfuerzos sinceros de algunas iniciativas independientes. A la dificultad se añade la división: no solo entre la Autoridad de Oslo y la Resistencia, sino también entre los propios intelectuales, divididos sobre el sentido del triunfo y la derrota, sobre la interpretación de los resultados de esta guerra. Hay que distinguir aquí la divergencia crítica legítima y necesaria del odio ideológico ciego de ciertos pensadores contra la Resistencia, esas mismas voces que, en el apogeo de la masacre, azotaban a su propio pueblo respetando a la Autoridad de Oslo, pese a estar alineada en la práctica con la posición sionista y emiratí.

Las iniciativas nacionales independientes, emprendidas por patriotas sinceros, mantienen visiones reformadoras importantes; pero aún no han realizado un cambio decisivo. Los obstáculos son numerosos: objetivos, propiciados por un entorno represivo y una sociedad fragmentada por la división; o bien subjetivos, ligados a la debilidad de imaginación y eficacia política. Quizás el pueblo aspire a nuevos modelos de dirección –sensatos, creativos, capaces de despertar a las masas y hablar a los jóvenes marginados o retirados de la vida nacional. No es un sueño irrealizable.

En cuanto a la Autoridad, nada puede esperarse de ella. Tres decenios de un poder dedicado a su propia supervivencia la han dejado sorda a la voz de su pueblo. Se ha enfangado en la coordinación de la seguridad incluso durante la guerra de exterminio, denunciando públicamente a la resistencia, esperando «volver a Gaza».

Sin comprender que aquello por los que apostaba, entre los dirigentes israelíes, han desaparecido para siempre, que Israel se ha metamorfoseado, gobernado hoy por una casta mesiánica ahogada en el fantasma exterminador, que ha arraigado incluso en la consciencia misma de la mayoría de la sociedad sionista. Por ello la liberación ya no puede medirse en un plazo corto: vuelve a ser una empresa histórica. He ahí una verdad esencial, de la que se desprende la necesidad de crear un camino de lucha sostenible basada en la resistencia popular civil, que permita a los palestinos soportar el peso del combate y a la vez el de la reconstrucción – edificación de escuelas, instituciones culturales y económicas, estructuras sindicales y profesionales, sustentadas todas en la democracia.

No sobrevivirá ningún cuestionamiento real de la política de exterminio sin una creciente presión externa, pero esta presión solo prosperará a condición de que se produzca una reconstrucción interna palestina. El corpus político palestino, en todas sus componentes, oficiales y populares, precisa una revisión audaz y lúcida: Hamás, Fatah, las otras facciones, así como las élites independientes comprometidas en los esfuerzos de reforma, deben repensar sus medios, renovar sus filas, abrirse a la juventud y a la cultura. Sí, todos sin excepción –instituciones, movimientos, individuos- estamos emplazados al examen de la consciencia, a la revisión interior. Henos aquí, pues, en los albores de una nueva fase. Tan peligrosa como la que termina, pero portadora de una oportunidad en su seno: la de volver a dar aliento y legitimidad al proyecto nacional palestino de liberación, a condición de una valentía moral, intelectual y política a la medida del dolor, para aliviar los sufrimientos de nuestro pueblo, sobre todo de Gaza martirizada, contribuir a sanarlo, y esbozar el camino, más seguro, más sencillo, hacia el futuro.

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